La Naturaleza lo es todo, pero generalmente suelo referirme a ella pensando en términos de vida y relaciones de especies vivientes con el entorno.
La defensa de la Naturaleza ha sido parte de mí desde los ocho o nueve años. En un problema de matemáticas la profesora nos planteaba cuántas cebras quedarían en un zoo si una inundación mataba a un número de ellas.
Lo que debía ser una simple resta se convirtió para mí en una pregunta. ¿Por qué tenía que morir ninguna? ¿Es que el hombre era incapaz de salvar a unos animales a los que tenía bajo su cuidado?
La pregunta llevába implícita otra mayor. ¿El hombre era capaz de cuidar su entorno?
Diréis que allá por los años 80, que un niño se preocupase de estas cosas era una absoluta tontería, pero en vista de cómo ha cambiado el panorama mundial, creo que se ha demostrado que fui un visionario que se unió a otros que entendieron que el Hombre había llegado a un punto en el que estaba poniendo en peligro su propia existencia.
Defender ahora la Naturaleza se ha convertido en un acto cotidiano para cualquiera que sienta un poco de empatía por sus semejantes y no sea un aspirante a psicópata sin sentimientos.
Ahorrar agua, energía, un consumo responsable de recursos son cosas que hacemos dirariamente o que deberíamos hacer, por nuestro propio bien.
Pero cualquiera que tenga dos dedos de frente verá que esto no es suficiente. Es indispensable, pero hay que hacer más.
Hay que llevar la lucha a un nivel superior, presionar a empresas y políticos, enseñarles que estamos preocupados, y que si ellos no se preocupan no podrán cumplir sus propios objetivos, ya sea ser reelegidos, o vendernos una tele de plasma.
Si las empresas no cumplen las normas de protección ambiental que nosotros establezcamos (que deben ser más restrictivas que las normas impuestas por ley) entonces no les compraremos.
Por ejemplo, Coca-Cola consumía legalmente el agua de acuíferos destinados a la agricultura en países donde había escasez de alimentos. fue la presión de todos nosotros la que logró que se comprometiese a no continuar con estas prácticas dañinas. Y debe ser nuestra viviglancia la que haga que de verdad lo cumpla y vaya más allá de las palabras.
De la misma forma, permitir que irresponsabilidades con ánimo de especulación, como la remodelación de una carretera para favorecer una zona innobiliaria, poniendo en peligro zonas de alto valor ecológico debería costarle el puesto a una administración.
Si no lo hacemos así, si no les hacemos responsables de sus actos, y toleramos esto en aras de que son la tónica habitual, entonces no somos los suficientemente buenos para este mundo.
No se puede justificar de ninguna manera un mal en aras del beneficio a cualquier precio. En determinadas cuestiones, como la supervivencia de nuestros hijos, no hay grises.
Las cosas son blancas o negras.
Y ese es el error que el ciudadano de a pie comete, que cometemos.
Creemos que con reciclar es suficiente, cuando nuestra principal labor debería ser vigilar a los políticos y empresas de nuestro entorno para comprobar que no destruyen lo que tanto esfuerzo nos está costando crear.
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