martes, 16 de febrero de 2010

Repensar España (I)

Ha llegado la hora, como dice el refrán, de poner nuestras barbas a remojar.

La situación de Grecia nos marca claramente una línea que pronto deberemos cruzar, y una elección que no podremos dilatar ya más.

La línea, la de la entrega de nuestras propias decisiones y nuestra propia responsabilidad personal y social a otros (políticos, sindicalistas, etc.) que actúan con muy poca responsabilidad.

La elección, hundirnos y volver a niveles de riqueza de hace dos décadas, o empezar a trabajar duro y con inteligencia para superar los niveles de riqueza previos a la crisis.

Puede hacerse.

La alternativa es, como ya he dicho, continuar perdiendo riqueza. No me digan que la situación actual no les recuerda a la crisis de los años 80, a quienes la hayan vivido.

Yo por entonces era un niño ya crecido, pero recuerdo perfectamente la sensación de crisis, de impotencia y de abandono que los ciudadanos tenían.

Hizo falta el acuerdo de todos los estamentos políticos y sociales para salir de aquella, como haría falta un acuerdo a todos los niveles, para ayer, con el fin de salir de ésta.

Ese acuerdo, no nos engañemos, no va a llegar.

Me fascina la inteligencia, intento aplicar sus mecanismos a todos los procesos del ser humano, de la biología, de la economía, de la empresa. En mis años de experiencia y estudio he visto empresas que claramente dominaban su mercado, pero que eran francamente poco inteligentes en su forma de actuar, de “pensar”, y esas empresas, como se ha demostrado a posterior, estaban destinadas a desaparecer o al menos a perder su posición frente a rivales más ágiles, rápidos e inteligentes.

Esa forma de ver las cosas se puede aplicar, como he dicho, a cualquier elemento o situación. Incluso a las naciones.

Si la aplican a España, verán claramente cuál es el problema de nuestro país. Un conjunto de pequeños cerebros (Estado, funcionarios, comunidades autónomas, partidos, sindicatos, patronales) cada uno de los cuales tiene su propia agenda, creando con sus conflictos una esclerosis sistémica que mantiene al país paralizado.

El caso más grave y más claro es, desde luego, el de la oposición del Partido Popular.

Un partido nacional, al cuál se le llena la boca hablando de España, y que, sin embargo, a la hora de la verdad, prefiere mantener al enfermo en coma por sus propios intereses, aún a riesgo de que muchas partes de ese cuerpo se queden en el camino antes de que conquiste el poder.

Los parados, los autónomos, las empresas que pierden beneficios día a día, o que incluso se ven obligadas a cerrar, no se merecen un comportamiento político que agrave su situación, pero es lo que tienen.

Una pandilla de irresponsables de todos los pelajes en el Congreso, el Senado, los gobiernos regionales y los ayuntamientos.

Antes de repensar España debemos empezar a repensar si los políticos que nos obligan a elegir se merecen estar ahí.

Y cómo quitarles si no empiezan a cambiar.