viernes, 12 de diciembre de 2008

Cicely

Os copio un genial artículo publicado hace ya mucho tiempo (tanto que no recuerdo el periódico, quizás El Mundo) y escrito por Fernando Baeta, sobre esta serie, sin duda, para mí, la mejor serie que jamás se ha hecho.

Cicely

Cicely es la prueba concluyente de que, como sentenció Pavese, el arte de vivir es el arte de creer en las mentiras. Cicely es el arte de vivir porque nos hace creer en las mentiras. Cicely, ochocientos y pico habitantes imaginarios, es mentiroso, utópico, bello, virginal, necesario. También es un tratado de filosofía para escépticos, en edición de bolsillo. Nada en esta serie televisiva es necesariamente cierto, aunque todo en ella es necesariamente envidiable. Cicely es la expresión inteligente de todo aquello que nos estamos perdiendo, el sueño sin final, la magia, la otra cara de nosotros mismos, lo que pudimos haber sido.

No es la simple historia de un médico de Nueva Yorkque cae en Cicely, Alaska, y se pregunta sin desmayo ¿qué narices hago yo aquí?, sino la historia de un pueblo inalcanzable, en el que hubiéramos podido vivir si fuéramos de otra forma. Hubo un tiempo en el que todos pudimos ser Joel, Maggie, Chris, Maurice, Marilyn, Holling, Shelly, Ed, Ruth-Anne... o muchos otros de los personajes circunstanciales que conforman el contexto de esta epopeya en 625 líneas. Pero ya es tarde para lamentos. Tenemos que hacernos a la idea de que Doctor en Alaska es sólo una edificante serie de televisión en la que sus creadores, productores, directores, guionistas y actores cobran por engañarnos, por hacernos creer que todavía es posible la utopía, soñar despierto. Pocas veces una historia ha llegado tan lejos partiendo de la más absoluta de las miserias, que diría aquel amante sarnoso.

Nos gustaría crer que Joel no se irá a Manhattan, que Maggie sabrá, por fin, qué es la felicidad, que Chris seguirá haciendo humana la filosofía desde su micrófono de la K OSO, que Ed se convertirá en chamán, que Marilyn continuará teniendo todas las respuestas, que Shelly no crecerá y que Hollyn no envejecerá, que Maurice se enriquecerá todavía más y que Ruth-Anne aprenderá italiano parapoder leer a Dante. Nos gustaría creer en Papa Noel.

Nos gustaría creer que Cicely existe aunque sepamos que nunca existió, que nunca existirá. Cicely es la prueba de cargo de nuestras frustraciones, de nuestros fracasos, de nuestras apuestas equivocadas. Quedan cuatro días y pico para disfrutar de este sueño, hágalo porque de lo contrario se arrepentirá. Es una de las escasas bocanadas de aire puro que transpira ese mueble que agota nuestras vidas.

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